El intento de golpe de Estado ocurrido en Brasil, una semana después de que Brasilia fuera escenario de una de las ceremonias democráticas más importantes en la historia del país, fue una clara demostración de una rápida organización política de la oposición, para la movilización de miles de personas.
Las manifestaciones fueron estimuladas entre otras cosas, por el ex presidente brasileño, que negándose a aceptar el resultado electoral, estimuló un clima de descontento en sus votantes.
El intento de golpe que estuvo precedido por manifestaciones violentas, tuvo también carácter de movimiento masivo, aunque fueron unas miles de personas las que se manifestaron. Se buscó crear desorden y caos, con claras proclamas a la intervención militar, denunciando la presunta incapacidad del gobierno para garantizar el orden en el país.
Hay que recordar que Lula en su primer día de mandato suspendió la política de flexibilización para la adquisición de armas, y retiró el programa de privatizaciones de empresas como la petrolera Petrobras, la de logística Correios y la Empresa Brasileña de Comunicación, red de medios públicos.
También restableció el Fondo Amazonia, un conjunto de donaciones internacionales destinada al desarrollo productivo de las comunidades de la Amazonia.
Además Lula posibilitó el pago de 600 reales de ayuda social a las familias pobres, una prestación de ayuda social que se llamará Bolsa de Familia, en el marco de una enmienda constitucional que se logró aprobar con acuerdo del Congreso.
Carlos Raimundi, embajador argentino ante la Organización de los Estados Americanos (OEA), adjudicó los ataques a una intención de generar “desapego a las instituciones”; “hay un neoliberalismo que construye a partir del apoyo a los grandes conglomerados financieros” sentenció.
Esta nueva ola de manifestaciones que se han cristalizando a lo largo del planeta dentro de las democracias contemporáneas, tiene la característica de ser “ideológicamente ultra radicalizada, con desapego a las instituciones, extremadamente nacionalista y neofascista, con odio al extranjero, con odio al pobre, muy apegada a los mensajes de odio, a la utilización de armas y de la violencia”, señaló Raimundi.
Para Raimundi sería un acto de gran ingenuidad, no tratar de indagar al menos como hipótesis, que hay una conexión entre todos los hechos políticos violentos que vienen sucediendo en América Latina.
Raimundi señaló que estos hechos políticos, responden a “una vertiente muy radicalizada que tiene conexiones en las marchas golpistas encabezadas por Camacho, el gobernador de la provincia de Santa Cruz en Bolivia; seguramente algún nexo con la destitución de Castillo y la represión policial y militar, con el intento de ocupar el Capitolio en el año 2021, más obviamente con el intento de magnicidio de Cristina”
Raimundi advirtió “que el capitalismo financiero globalizado, en este momento que está atravesando una crisis importante de legitimidad en el mundo, no sólo pelea contra las opciones populares, sino que tiene una interna”
Y especificó que “…en esa interna hay sectores más moderados, con mejores modales que también repudian lo de ayer en Brasil, pero que no dejan de ser representantes del capital financiero globalizado que ha causado y sigue causando estragos tremendos en el mundo”
Queda abierta la pregunta de por qué los servicios de inteligencia no previeron semejante movida. Hay quienes afirman que esta provocación, es un claro incentivo para que las fuerzas armadas tomen el control del país. También algunos especuladores señalan que el gobierno no actuó antes, porque quiso demostrar que podía controlar los ataques. Lo cierto es que la condena unánime de los medios de información, de las fuerzas políticas y los gobiernos de todas las regiones del mundo, fortaleció la imagen de Lula, que consolidó sus relaciones con el Poder Judicial y el Congreso, y que además logró el apoyo de los 27 gobernadores de Brasil.