Por Juan Manuel Martínez
Los rusos aman el tango tanto como los rioplatenses. En Moscú se arman milongas, y se dan clases de baile en academias, bares, como también en universidades. Junto a París y Berlín, Moscú es reconocida como una de las capitales internacionales del tango.
El Tango incluye música y narrativa, que se manifiesta en la canción, donde se enredan también lo gestual y el drama; pero también este género popular, rico en expresividad, contiene una de las representaciones artísticas más ancestrales: la danza.
La bailarina y coreógrafa Valentina Ustínova, fue quién organizó la primera lección de tango en la historia de Rusia en 1998. Valentina aclara en una entrevista, que lo que se mostró en ese momento, no era exactamente tango, sino una versión coreografiada. Su experiencia en la docencia del género, reparó en que para las personas que habían crecido en la época de la Unión Soviética, el tango era una secuencia de pasos estereotipados, que habían visto en películas. Valentina reflexiona, que llevó mucho tiempo que la gente entendiera que no era así.
No se conocía mucho en Rusia el tango como danza. Las referencias se limitaban a copiar los pasos de las pocas películas que había disponibles. Durante un año se bailó viendo grabaciones antiguas, reproduciendo los pasos y figuras. Fue en la década del 2000, cuando llegaron a Moscú bailarines argentinos, que explicaron la importancia del abrazo y la guía del hombre, los códigos de la mirada y el cabeceo. A partir de allí el tango se convirtió en una gran tradición en Rusia.
Hoy en Moscú se baila tango todas las noches y hay más de treinta escuelas de este particular género. Las milongas están llenas, y el público es muy joven en comparación con la edad habitual de los bailarines de otras ciudades. Al igual que en otras danzas, los rusos practican con una disciplina que los hace destacar.
Quizá los europeos que bailan tango, no sean muy conscientes que cuando uno entra en una milonga, se sumerge musicalmente en las primeras cuatro décadas del siglo XX. Que su acentuada marcación rítmica remite a los años treinta, cuando hace furor el ritmo picado de la orquesta de Juan D’Arienzo.
Se dice que fue Rodolfo Biaggi en el piano, quien da la marcación rítmica pura a la agrupación de D’Arienzo. Este “picado” definió articulaciones características que hacen al estilo; se trata de un tipo de tango simple, directo, extrovertido, pensado en su ejecución para el baile. Este picado fue gran parte artífice de que en pistas de clubes, casas de baile, bares y cafetines se atiborrara de bailarines.
No es casual que numerosos milongueros sean perseverantes en rememorar un pasado, y vincularse a una conciencia colectiva que busca un paraíso perdido; algo tan arraigado al pathos del género. Es sabido que el tango se gesta en la mezcla de vivencias de grupos humanos desarraigados, como gauchos, criollos, inmigrantes de la Europa mediterránea, como también descendientes de africanos, que fueron forzados a radicarse en América como mano de obra esclava.
Pero también el género desde el siglo XIX, fue medio de integración en el Río de la Plata. La heterogénea mezcla de culturas asentadas en el Río de la Plata, también brindaba medios de cohesión a una población que habitaba en barrios periféricos de Buenos Aires y Montevideo. Podemos creer entonces, que la historia del tango agrupa elementos tanto estéticos, como éticos, y por qué no filosóficos, de encuentro y cohesión social, que hoy la globalización ha difundido por todo el planeta. Un género en continua emigración.