Por Juan Manuel Martínez
Visitar la ciudad de San Pablo, es una experiencia en donde se percibe a cada momento que lo imponente no deja tregua a lo modesto, la ciudad más grande de América lleva el orgullo de ser un centro urbano que no descansa, con un ritmo tal, que no sería exagerado llamar a Nueva York, como la San Pablo del norte.
Los centenares de edificios brotan entre las calles como la vegetación tropical que emana entre el cemento y asfalto: alta y exuberante. La población emerge efervescente por avenidas y calles, así como del metro, a un ritmo dinámico, más que rápido. Y los grandes protagonistas de este tejido urbano, circulan en un acuerdo tácito, quienes se saben todos con derecho a llegar a destino a tiempo: los automóviles.
La flora y el microclima tropical, tienen una fuerte presencia entre las grandes construcciones de la ciudad. En los escasos rincones por donde se la deja crecer, la vegetación nace con fuerza, se eleva hacia los rayos del sol, y trasmite la sensación, en contra de los pronósticos, de que cuando algún día el movimiento de la gran urbe con sus artimañas técnicas cese, todo será tupido de follaje.
En correlación a la estratificación social de la ciudad, al peatón en San Pablo se le da la mínima oportunidad posible para que sobreviva. Los semáforos de cruce peatonal, tienen la programación justa, para que a paso redoblado apenas se llegue a cruzar. Y análogo al orden establecido, el que no acata, es barrido hasta último de los subsuelos.
Recorriendo la ciudad en su inmensa extensión, uno se entremezcla entre dinámicas conexiones que tienen las manzanas, por autopistas, calles, puentes y túneles, y juzga que la planificación contemporánea, concedió toda su gracia al tránsito sobre ruedas. Cabe la posibilidad, si su economía lo aprueba, de trasladarse en helicóptero; la infraestructura también lo permite.
Ante todo la ciudad puede ser concebida, como una enciclopedia de la edificación urbana. Tanto de la alta arquitectura, como de la más humilde. Las oposiciones son bien marcadas y conviven en tensión, asimismo sus periodos arquitectónicos; las construcciones coloniales, neogóticas, clásicas, modernas y contemporáneas, no se ven articuladas de manera pacífica, quizá por una fuerte dinámica económica que tanto crea como destruye.
El anillo perimetral presenta una marcada variedad de viviendas, frágiles y precarias, que se adaptan como pueden a la geografía, en donde se estima que viven más de un millón de personas. El paisaje replica cientos de casillas de madera que se entremezclan con torres de más de tres plantas, de ladrillo, o yeso, en la que conviven de tres a cuatro generaciones de una familia.
Por otro lado en el núcleo de la ciudad, se encuentran ingeniosas construcciones que incorporan la fuerte naturaleza del medio, atractivas edificaciones de alta funcionalidad urbanística, hasta torres que le ha quitado el sueño hasta a los más arriesgados diseñadores de Europa, todo atravesado por aceras con bellos motivos geométricos en perfecta armonía con árboles, ventanas y fachadas.
Un emblema de la arquitectura paulista es el edificio Copan. Erigido en forma ondulada, se asemeja a una enorme bandera flameando. Al contrario de lo que se cree, la forma no fue consecuencia de un capricho estético, sino que fue el resultado natural de la distribución en zigzag de los tres terrenos destinados a su construcción.
Considerado como una ciudad vertical, hoy el edificio Copan se manifiesta como metáfora de la pequeña burguesía paulista; un variopinto microcosmos ensimismado. Con alrededor de cinco mil habitantes, más de cien funcionarios, comercios, y restoranes, hay pobladores que aseguran que no es necesario salir de allí. La terraza del edificio permite ver la ciudad desde una perspectiva privilegiada, perspectiva que permite sobre dimensionar la extensión de la ciudad aun más que desde el suelo, ya que lo único que se divisa más allá del horizonte son más edificios.
En una de las zonas geográficas más altas de la ciudad, se encuentra la avenida Paulista. Aunque es centro administrativo, financiero, y cultural de la ciudad, cuando se la transita se deja interpretar como un gran museo de arquitectura moderna. La amplia avenida está formada por dos grandes arterias donde circulan cientos de vehículos, bordeada por inmensas torres de notable diseño minimalista, como el edificio de FIESP, la Torre Paulista, o el Museo de artes de San Pablo; colosos de hormigón, vidrio, y líneas limpias, donde la forma es marcada por la función.
Una de las tantas perlas de la avenida es el Parque Trianon. Con alrededor de ciento treinta y cinco especies de flora, posee la única reserva remanente de mata atlántica de la región. Genera un encanto particular, cruzar los caminos curvados que atraviesan las dos manzanas del parque, adornados con un sinfín de mosaicos blancos, en hermoso contraste con la tupida selva que se forma en los canteros; verde, alta y cuantiosa.
A un costado del Trianon se puede ver la Isla de la poesía. Bautizada así por uno de sus habitantes, se trata de un recuadro de cemento y tierra, con árboles frondosos en el medio, donde decenas de personas habitan en carpas; muchos de ellos artesanos, otros recolectores de latas y cartones para reciclar. En cada rincón de la ciudad, los contrastes se manifiestan de manera fuerte. Sin embargo, quienes viven en la isla, a simple vista no parecen ser los más postergados del sistema; la marginación social en San Pablo tiene varios y profundos matices.
Aunque el portugués y el español son idiomas mutuamente inteligibles por escrito, comunicarse en lengua española en la ciudad, resulta por momentos difícil. No falta quien ante un español lento, mezclado con palabras en portugués mal pronunciadas, conteste en inglés; sobre todo en los innumerables negocios que pueblan el centro. Puede encontrarse también, algún doctor o abogado que responda en francés.
Si bien todo el entorno de esta megalópoli es macroscópico, la ciudad ofrece pequeñas delicias; una de ellas es el café. Para un lego en la materia, el café más barato de San Pablo puede ser concebido como de los mejores del planeta. La variedad de opciones puede generar indecisión, pero sólo basta optar por uno, siempre va a ser la mejor elección.
Unas de las claves del desarrollo de la ciudad, es su capacidad para ser un potente centro financiero y comercial; el mayor de Latinoamérica. Desde la perspectiva del peatón, resulta difuso descifrar su funcionamiento; como lo exige la densa contemporaneidad técnica, entenderlo requiere de un alto cúmulo de datos, cálculos, abstracciones, y proyecciones, como también conocimiento del pasado. Podemos imaginar que llevar las riendas de semejante maquinaria puede ser una de las más densas de las tareas de mando, sin embargo el lema de la ciudad deja interpretar que quizá, aunque la forma sea compleja, la manera es simple: Non ducor duco*.
*Locución latina: No soy conducido, conduzco